Esta mañana me ha llegado la tristísima noticia del fallecimiento de Lía Schwartz. Sabia mujer, expertísima filóloga, trabajadora incansable. Y, además, encantadora persona y colega y amiga entrañable. Quienes formamos parte de este pequeño-gran mundo de la filología hispánica debemos estarle particularmente agradecidos por el enorme legado de investigaciones que nos ha dejado, todas de una finura crítica sustentada sobre acendrados saberes de estirpe clásica y de consolidada erudición. También muy agradecidos por los muchos momentos de alegría y de vitalidad que nos ha proporcionado en tantos encuentros a lo largo y ancho del pródigo hispanismo internacional, en los que tanto Isaías –el también queridísimo Isaías- como ella eran la pareja astral que no podía faltar. ¡Cuántas conversaciones vibrantes, cuántas risas, cuántas actitudes cómplices en cuántos sitios de encuentro!

A pesar de las malas noticias que iban llegando en los últimos tiempos sobre el deterioro físico de Lía, también llegaba el eco de su fuerza para contrarrestarlo, de su pasión inquebrantable e incondicional por el trabajo. Sabemos que para ella constituyó un momento de enorme alegría la entrega del merecido Homenaje que se le tributó el año pasado y que felizmente llegó a tiempo: Docta y Sabia Atenea. Studia in honorem Lía Schawartz.

Ha fallecido en Nueva York, a los 78 años. Descanse en paz. Lloramos su pérdida en el desconsuelo compartido hacia otros queridos filólogos amigos que nos han dejado en este difícil 2020: Alberto Blecua, Trevor Dadson, Manuel Alvar. Todos gozan del lugar de privilegio reservado a los mejores.

 

Begoña López Bueno

1 de junio de 2020