Jean Canavaggio (París, 23 de julio de 1936-21 de agosto de 2023), director de la Casa Velázquez en Madrid y catedrático emérito de la Universidad de París-Nanterre, uno de los hispanistas más reconocidos de los últimos tiempos, dedicó buena parte de sus esfuerzos a dilucidar la vida y la obra de Cervantes. Se había convertido en un pionero, al inicio de su carrera, por su atención al teatro del autor alcalaíno con su estudio Cervantes dramaturgo al proporcionar un merecido relieve al mérito de los entremeses cervantinos y a las técnicas teatrales de Cervantes, con lo que venía a echar por tierra el tópico de un dramaturgo “improvisador”. Su ejemplar biografía de Cervantes, que obtuvo el premio Gouncourt y un reconocimiento general, abrió un camino a las que vinieron después dando sentido a los datos que conocemos de la vida de Cervantes, buena parte de ellos problemáticos, e integrando la biografía en relación con sus obras y con el contexto histórico en el que se produjeron. No se detuvo en lo biográfico, sino que estudió con perspicacia infinidad de temas, en especial, el Quijote y el teatro del Siglo de Oro.

Entre sus obras cervantinas más recientes destacan Don Quijote. Del libro al mito (2005), en donde traza con clarividencia la trayectoria de la novela más relevante a través de cuatro siglos preñados de cambios interpretativos junto con enormes repercusiones literarias y artísticas. La última es el extenso y complejo Diccionario Cervantes (2020), en el que el lector puede vagabundear a su antojo, como sugería el propio Jean en la introducción, a través de las 136 voces que lo integran dando explicación de numerosos aspectos de la vida y la obra de Cervantes.

Sus inquietudes literarias y artísticas le llevaron a estudiar no solo a Cervantes (en especial, el Quijote, el Viaje del Parnaso y su teatro), sino que dedicó también su atención y análisis perspicaz a autores del Siglo de Oro como Lope, Góngora, Santa Teresa, Calderón; además de Jorge Guillén o el cervantismo de escritores como Prosper Mérimée, García Lorca, Flaubert, Bertolt Brecht y Graham Green.

Su figura, casi un personaje quijotesco por su altura y delgadez si no fuera por sus gafas redondeadas, y el prestigio que le conferían sus obras, además del cargo de director de la Casa de Velázquez (la segunda autoridad francesa en España, como decía con cierta gracia), podrían dar la falsa impresión de seriedad aderezada con un punto de la superioridad hierática que asociamos a ciertos personajes galos. A pesar de esa imagen, en cuanto establecías conexión con él, era una persona no solo de exquisita amabilidad, sino que creaba una rápida y cordial cercanía. En cualquier situación, por seria que fuera, mostraba un semblante risueño, una perspectiva graciosa de las cosas, sin estruendos de ninguna clase.

En una de sus últimas entrevistas, rechazaba, con buen criterio, identificarse con don Quijote para hacerlo con Cervantes («dicho con mucha modestia»), porque cuando Cervantes te dirige la palabra, decía Jean dando la mejor lección de cervantismo, «te habla como un amigo».

Al igual que Cervantes (recordemos el conmovedor final del prólogo al Persiles («¡Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos!, que yo me voy muriendo y deseando veros presto contentos en la otra vida»), Jean también se acordó de sus amigos al presentir la cercanía de la muerte, quiero creer que evocando los momentos gratos vividos. Ese era su talante, incluso en las circunstancias difíciles. ¡Adiós, amigo! Recordaremos siempre tu sabiduría, pero también tus gracias y tu humor benevolente, siempre afectuoso.

Emilio Martínez Mata
Universidad de Oviedo